El día que Marta entendió lo que era empoderarse
- Jaynne Rivas
- 16 jun
- 3 Min. de lectura

Marta tiene 42 años. Vive en Estados Unidos desde hace cinco, pero nació en un pequeño pueblo de América Latina. Es mamá de tres, ama de casa y, aunque a veces no lo dice en voz alta, se siente cansada. No solo del trabajo diario, sino de esa sensación de que su vida gira en torno a los demás. Cocina, limpia, acompaña, escucha… pero ¿y ella?
Un martes cualquiera, Marta fue a una reunión en el centro comunitario. Había visto un cartel que decía “Taller para mujeres” y, aunque no sabía bien de qué se trataba, sintió curiosidad. Al llegar, se encontró con otras mujeres como ella: unas jóvenes, otras mayores, algunas con estudios, otras sin. Todas distintas, pero con algo en común: ganas de escucharse y ser escuchadas.
La tallerista, una mujer sonriente, no empezó hablando de leyes ni de derechos. Empezó preguntando: “¿Cuándo fue la última vez que tomaste una decisión solo para ti?”Marta pensó. Hacía mucho. Tal vez cuando decidió venir a Estados Unidos, o cuando aprendió a cocinar pan por su cuenta. Pero desde entonces, no mucho más.
Ese día, aprendió una palabra nueva: empoderamiento. No era solo una palabra larga, ni algo de televisión. Era algo que ella ya había vivido, sin saber que tenía nombre.
La señora del taller explicó que empoderarse no es volverse poderosa como las de las novelas. Es algo más profundo. Es empezar a creer que tus ideas valen. Es hablar y sentir que te escuchan. Es saber que no estás sola, que puedes contar con otras mujeres.
Contó que hay tres maneras en que una mujer puede empoderarse. La primera empieza en el corazón: sentirse capaz. La segunda, en las relaciones: atreverse a hablar, poner límites, pedir respeto. Y la tercera, en la comunidad: unirse a otras, proponer cambios, ayudar a cambiar lo que no está bien.
Marta levantó la mano. “Entonces, cuando decidí salir de mi país con mis hijos, ¿eso fue empoderamiento?”.La tallerista sonrió: “Sí, eso fue empoderamiento personal. Y si lograste organizar tu familia en un lugar nuevo, también fue relacional. Y si hoy estás aquí, con otras mujeres, ya estás dando un paso colectivo.”
La reunión siguió con historias, risas y alguna que otra lágrima. Se habló de mujeres que no pueden salir solas, de otras que trabajan sin descanso, de abuelas que cuidan a todos sin que nadie las cuide a ellas. Pero también se habló de soluciones, de redes, de ideas para apoyarse. Una propuso un grupo de WhatsApp. Otra, una reunión de intercambio de saberes. Al final, salieron con algo más que consejos: salieron con fuerza.
Esa noche, Marta volvió a su casa diferente. No porque el mundo hubiera cambiado, sino porque algo en ella sí lo hizo. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió parte de algo más grande. Y entendió que empoderarse no es una meta: es un proceso. Un camino que empieza dentro, pero que se hace mejor cuando se camina en grupo.
Y así, sin darse cuenta, Marta dejó de esperar a que alguien le diera permiso.
Ya no necesitaba pedir poder.
Lo estaba construyendo.
Comments