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Entre nosotras y el silencio: cáncer y salud mental desde la psicooncología

Actualizado: 24 oct

Entre nosotras y el silencio: cáncer y salud mental desde la psicooncología 


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Cuando llega la palabra “cáncer” a una consulta, a un resultado o a una llamada, no llega solo. Entra con prisa a todas las habitaciones de la vida: al cuerpo, al calendario, a la mesa familiar, al trabajo, a la fe, a la intimidad y —muy especialmente— a la vida emocional. Con mi experiencia en psicooncología, veo cómo ese momento inaugura un antes y un después. A veces hay llanto inmediato; otras, una calma extraña, como si todo pasara en cámara lenta. 


Los procesos emocionales que acompañan al cáncer no son lineales. No funcionan como una lista que se tacha. Son más bien olas que van y vienen: miedo, incertidumbre, tristeza, enojo, culpa, y también alivio cuando llega una buena noticia, esperanza cuando algo ayuda, humor que aparece en medio de lo difícil. Todas estas respuestas son humanas y esperables; no son un signo de debilidad ni de “falta de actitud”. Son el sistema emocional intentando adaptarse a un cambio grande. 


Suele haber fases entendibles, aunque únicas en cada persona. Tras el impacto inicial, llega el tiempo de espera: exámenes, citas, resultados. Ese “entre” puede ser de los tramos más desgastantes. El cerebro está en “alerta”, tratando de predecir lo que no puede predecir; por eso cuesta dormir, concentrarse o “pensar en otra cosa”. Después, con el inicio de los tratamientos (cirugía, quimio, radio, terapias dirigidas), la rutina se reorganiza alrededor del hospital: horarios, efectos secundarios, alimentación, apoyos. Ahí muchas mujeres me dicen que sienten que su identidad se estrecha: pasan de ser “tantas cosas” a ser “pacientes”, y duele. Más adelante, si llega la remisión o la etapa de seguimiento, aparece lo que en consulta llamamos la ansiedad de control (o “scanxiety”): ese nervio antes de las pruebas o cada control. Y si hay una recaída o la enfermedad no responde como esperábamos, las emociones se reactivan con fuerza; por eso, necesitamos un mapa emocional flexible, que nos acompañe en cualquiera de estos escenarios. 


Hay además temas de los que casi no se habla y que tocan la autoestima de frente: cambios corporales (pelo, cicatrices, peso, piel), cansancio profundo, niebla mental, cambios hormonales, sexualidad e intimidad. No es vanidad; es identidad. El cuerpo es nuestra casa visible en el mundo, y cuando cambia, la mirada sobre nosotras mismas puede volverse muy dura. Aquí la psicooncología no promete evitar el dolor —no es posible—, pero sí acompañarte a mirarte con menos crueldad y más cuidado, a reorganizar tu día para que lo emocional tenga lugar, y a construir herramientas pequeñas que funcionen en la vida real. 

También sé que en nuestras comunidades —en Indiana y en tantos lugares— hay un mandato silencioso de “ser fuerte”, “ponerle ganas”, “no preocuparse”, “agradecer”. La gratitud ayuda, claro. Pero no cancela el miedo. Y la fuerza verdadera no es negarlo todo, sino poder decirlo sin sentir vergüenza: “Hoy tengo susto”, “Hoy me cansé”, “Hoy necesito que alguien me acompañe”. Nombrar lo que pasa no lo agranda; lo ordena. Y cuando se ordena, podemos decidir mejor qué hacer. 


Si eres cuidadora, este párrafo es para ti: acompañar a quien amas es un acto de amor… y también un trabajo emocional enorme. No estás “de más” en esta conversación. Tu descanso, tus emociones y tu salud también cuentan. No eres un accesorio del tratamiento: eres parte de él


Pedir ayuda también es tratamiento. No hay un manual para vivir el cáncer: cada cuerpo y cada historia son distintas, por eso apoyarte en otros no es rendirte, es cuidarte.


Te dejo CUATRO apoyos emocionales para evaluar y concientizar tu proceso


1) Termómetro emocional (1 minuto) 

Al final del día, pregúntate: “¿De 0 a 10, cuánto malestar siento hoy?” 

0–3: mantén tus rutinas de cuidado. 

4–6: elige una acción concreta de apoyo (ver abajo). 

7–10: prioriza descanso, contacto con alguien de confianza y actividades de calma.


2) Respiración 4–2–6 (2 minutos) 

Inhala 4, pausa 2, exhala 6. Repite por 2–3 minutos. 

Sirve para bajar la intensidad en sala de espera, antes de una llamada o para dormir. 


3) Pequeñas acciones con gran impacto (elige una por día) 

• Ducha breve + crema con cariño en una zona del cuerpo que hoy te cuesta mirar. • 10–15 minutos de caminata suave o estiramiento. 

• Música que te conecte con una versión de ti que te guste. 

• Abrir una ventana, respirar aire fresco y mirar algo verde


4) Mini-bitácora (3 líneas) 

Lo que me cansó hoy: 

Algo que me dio calma: 

Un pequeño logro (aunque sea mínimo):



Taller Cancer Y Salud Mental 2025




Testimonio de Monica

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Mi historia: aprender a vivir después del diagnóstico


¿Alguna vez han estado en un lugar tan oscuro y desconocido que sienten que van a perder el camino?

Ese fue mi punto de partida.


Mi nombre es Monica, y hoy comparto mi historia. No solo como paciente de cáncer de seno, sino como una mujer que se negó a cederle el control de su vida al miedo y a la enfermedad. En la oscuridad agudicé mis sentidos para encontrar mi propio camino.


Recuerdo esa llamada que cambió mi vida. Esas palabras que se difuminan en la memoria, menos una: “cáncer.” En ese instante, mi respiración se detuvo. Volver a casa con la noticia en el pecho era como cargar una roca. Decirlo en voz alta era hacerlo real. Abrazar a mi ser amado y llorar significaba reconocer que aquello ya no era una pesadilla, sino mi nueva realidad.

La primera conversación con el médico fue como entrar en un idioma desconocido. Ellos hablaban con términos que para ellos eran rutina, pero para mí todo era nuevo, incierto, abrumador. Cirugía, radiación, quimioterapia… No hablaban del miedo, ni del dolor invisible que me atravesaba, ni de cómo se sentía mi alma violentada. Su objetivo era salvarme la vida. El mío era entender cómo vivirla.


En esa oscuridad perdí el rumbo. Tenía un tumor, pero no sentía dolor. Me pedían someterme a tratamientos cuyos efectos secundarios podrían acompañarme para siempre. Linfedema. Pulmones radiados. Huesos frágiles. Neuropatías. Pérdida de memoria. ¿Cómo darle sentido a tantas malas opciones? Me sentía atrapada entre caminos inciertos.

La desesperanza me llevó al borde del abismo. Y en ese borde, apareció una luz: una amiga. No cualquiera, sino alguien que había vencido su propio tumor. Con timidez, como si confesara algo vergonzoso, le conté mi situación. Ella me escuchó en silencio. Y en vez de darme consejos o lástima, me hizo una pregunta que cambió todo: “¿Cómo te puedo ayudar?”


Yo no tenía respuesta, pero ella sí tenía intuición. Conociéndome, entendió que yo necesitaba comprender para poder decidir. Me ofreció algo invaluable: su tiempo para investigar y traducirme la ciencia. No fueron búsquedas superficiales en Google; me compartió estudios clínicos, información sólida, avances reales. Quiso darme confianza en el sistema médico. Pero lo que realmente me dio fue mucho más grande: me enseñó que yo tenía el poder de actuar, de decidir, de tomar las riendas. Me empoderó.

Ese fue el punto de quiebre. Dejé de sentirme una víctima pasiva. Comencé a educarme, a leer estudios clínicos, a cuestionar, a buscar opciones que resonaran con mis valores y mis convicciones. Encontré un grupo de apoyo que me enseñó a nutrir mi cuerpo, a sanar mi espíritu, a perdonar, a moverme, a dejarme ayudar. Aprendí que la esperanza también se construye.


Cuando los resultados llegaban, yo ya estaba lista para debatir, para preguntar, para desafiar el famoso tratamiento estándar.  Me cansé de ser llevada de la mano por un sistema que trata a todos igual, sin espacio para la individualidad. Con respeto, tomé mis propias decisiones, basadas en datos, pero también en mi intuición, mis valores y mis objetivos de vida.


No fue fácil. No solo tuve que enfrentar a los médicos, sino también a las opiniones de mi familia y mis seres queridos. Pedí respeto. Respeto para elegir calidad de vida sobre cantidad. Respeto para no ser empujada a “ser una guerrera” en una guerra que yo no elegí. Esto no es una batalla; esto es mi vida, este es mi cuerpo. Respetar al paciente es preguntar: “¿Cómo te acompaño?” Aunque sea acompañar en silencio. Eso es respeto. Eso es amor.


El trayecto del diagnóstico es muy solitario. Quienes te aman están ahí y quieren ayudar, pero quizá no saben cómo. Como paciente sientes que nadie comprende por lo que estás pasando. Y quizá sea cierto, pero no tienen que entender para caminar contigo. Yo tuve que pedir ayuda, en mi tiempo, cuando estuve lista. A mi esposo y mi familia, que me cuidaron con amor y paciencia mientras me recuperaba; a mis amigas, que me animan y se solidarizan con mis decisiones; y a los profesionales que, con ciencia y experiencia, me ayudan a recorrer el sinuoso camino de las emociones y los miedos. Me he sentido sola, sí, muchas veces, pero nunca lo he estado.


Hoy, nueve meses después de mi diagnóstico, acepté y me sometí al tratamiento que tenía sentido para mí. Tomé riesgos, sí, pero eran riesgos que yo elegí. No busco la “bala mágica” ni la cura milagrosa. Sigo aquí, transformándome. He cambiado mi alimentación, bajé 30 libras, adopté una dieta natural, casi vegana, libre de alimentos procesados, incluyendo azúcar y lácteos. Aprendí a meditar y lo hago cada día. Me ejercito. Suplemento mi cuerpo con evidencia científica. Me siento mejor que en los últimos quince años.

Y aunque lamento profundamente a quienes han perdido seres queridos por esta enfermedad, puedo decir que, de alguna manera, le doy gracias a este diagnóstico. Sí, ojalá nunca me hubiera pasado, y me disculpo si esto ofende a alguien, porque piensan como puedo agradecerle a esta terrible enfermedad que quizá se ha robado la vida de un ser querido.  Pero este terrible acontecimiento me llevo a ver cómo descuidé mi cuerpo, mi mente, mi espíritu. Y hoy vivo de otra forma, motivada no solo por el miedo a morir, sino por las ganas inmensas de vivir.


Vivo para mi hija, para estar ahí cuando me necesite, para abrazarla, para compartir sus alegrías. Vivo para cumplir con mi esposo la promesa de envejecer juntos. Vivo para estar presente, plena, consciente. Porque el cáncer me arrebató muchas certezas, pero también me devolvió la fuerza, la claridad y el poder de elegir mi propio camino.

Un camino en el que abrazo la vida con gratitud cada día. Un camino donde ya no tengo paciencia para malas compañías, donde no espero a mañana para disfrutar lo que tengo enfrente, donde yo soy mi más grande prioridad. 


Pero aunque les diga todo esto, no piensen que todo está bien. A veces me miro al espejo y no entiendo por qué mi nueva apariencia me causa tanta ansiedad. He comprado una colección de brasieres buscando el adecuado, el que me haga sentir mejor, el que me devuelva un poco de mí. Y cada vez que me duele algo, caigo en un espiral de emociones pensando ¿y si vuelve el cáncer?


Tengo días luminosos, llenos de agradecimiento, y tengo días de miedo, de ansiedad, incluso de rabia. El camino no es fácil: sube y baja. Pero sigo caminando, con fe, con humildad, con amor propio.


Así que recuerden:

Encuentren su voz.


La voz para pedir ayuda, la voz para decir lo que necesitan.

Escuchen su voz interior, la que les dice qué está bien y qué no.

Escuchen a su cuerpo, nadie lo conoce mejor que ustedes.

Tomen responsabilidad de su hoy y de su pasado. Pidan perdón a su cuerpo por los abusos o descuidos, y háganlo con amor, no con culpa.

Tomen acción y ayuden a su cuerpo a estar en el mejor estado para sanar, ya sean que sigan o no, los tratamientos medicos. 


A los seres queridos de un paciente:


Respeten y den espacio. Respetar es apoyar en sus decisiones aunque ustedes no estén de acuerdo. Pregunten “¿Cómo te ayudo?” A veces no es solo llevar comida o acompañar a una cita médica; a veces es simplemente sentarse juntos a contemplar las estrellas. Escuchar es igual de importante, incluso cuando no entiendan. Escuchen sin juicio, sin culpar, sin criticar. No necesitan ofrecer consejos ni soluciones. El paciente no necesita salvadores; necesita presencia, empatía y amor genuino.


A los médicos:


Ustedes que tomaron el juramento hipocrático, recuerden que no solo se trata de salvar la vida, sino también de respetar los deseos, metas y creencias del paciente. Expliquen, informen, ofrezcan opciones si las hay, pero no minimicen al individuo reduciéndolo a una enfermedad.

Somos más que un diagnóstico. Somos seres humanos con historias, miedos, sueños y razones para seguir viviendo. Pero tenemos derecho a elegir como hacerlo. 

Porque el cáncer puede cambiar nuestro cuerpo y nuestras rutinas, pero no debe arrebatarnos la voz, la autonomía ni la esperanza.


Gracias,

Monica

 
 
 

1 comentario

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Invitado
23 oct
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Escuchar la historia de Monica y el coraje que requiere pararse y compartir, fue sin duda para reflexionar profundamente.


Gracias por tu generosidad Monica.

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